lunes, 30 de mayo de 2016

Amores platónicos

Debo admitir que he tenido varios en mi vida, no muchos, pero más de uno. No es un flechazo, ni es simple atracción, es un amor tal vez idealista, sin correspondencia y que a veces puede doler.
           Sin comerlo ni beberlo, y aún sin saberlo, mi primer amor platónico me hizo saber lo que quería yo en mi vida. Era una chica, y yo no me había sentido, hasta entonces, atraída por una chica. Adoraba verla y escucharla, hasta que sentí miedo de mí misma por la gran confusión que me invadía. Eso fue hace unos seis años y creo que no llegará a saber la grandeza de la huella que dejó en mí desde entonces, aunque no pasara nada entre nosotras. Ella era, sin duda, la destinada a hacerme aceptar lo que estaba a punto de sucederme y no puedo más que recordarla con un cariño especial, un afecto que me hace alegrarme instantáneamente cuando vuelvo a verla por deseos de la casualidad...
           Y tres años más tarde, después de mi primera relación con una mujer, cuando creí que no habría nadie más que pudiera hacerme sentir algo tan grande como el amor que había vivido con aquélla que ahora era mi ex, entró en mi vida una persona que marcó otro punto realmente importante de mi existencia. Creo que nunca le dije lo agradecida que me sentí (y me siento) por los sentimientos que despertó en mí, aunque tampoco pasara nada con ella. Quizá podría haber sido una gran amistad y lo estropeé al sincerarme pero así son las cosas. Incluso sabiendo que no sería correspondida, por ella me di cuenta de que existían en el mundo más personas que podrían quererme y conquistarme, que me harían sonreír y que me dedicarían una sonrisa, por pequeña que fuera, al verme llegar...
           Alguno incluso llega a parecer una obsesión de tu mente. A veces quieres sacártelo de tu pensamiento, dejar de imaginar conversaciones que nunca existirán o no ver a esa persona en tus sueños convertida en una buena amistad a punto de pasar límites. Asusta no poder controlar tu mente y que, de repente en cualquier momento, te venga el recuerdo de una amable palabra o una sonrisa de esa persona y, de la misma forma incontrolable, te nazca sonreír. Asusta pero reconforta en cierto modo, porque, de alguna manera, un amor platónico mantiene viva la ilusión por la llegada o la existencia de un amor real.
           A día de hoy, considero que, si hubieran llegado a ser más que amores platónicos, quizá no me resultaría tan mágico el recuerdo, ni sería un placer volver a verlas.




Antonia Alemán (18 de agosto de 2015)

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